Hace tres semanas que empezamos la asignatura de Redacción en Publicidad y Relaciones Públicas y el primer día de clase nos lo dejaron todo bien claro. La redacción es un arma fundamental en este nuevo mundo en el que nosotros, los estudiantes, pretendemos desenvolvernos el día de mañana. Debe ser clara, concisa, informativa, expresiva y, por supuesto, persuasiva. La primera clase, como es costumbre, se dedicó a la presentación de la asignatura y de su eje central, las palabras.
- Es una de las tareas más creativas de la profesión – Dijo el profesor con tono enérgico.
Por supuesto, pensé, concebir eslóganes e idear cuerpos de texto que acompañen a las imágenes de la publicidad es todo un reto, y si no, que nos lo pregunten a los que el año pasado tuvimos clase con la profesora Azcárate. Se destacó tanto la importancia de la redacción que se analizó hasta qué punto podía ser cierta la afirmación “una imagen vale más que mil palabras”.
Según transcurría la clase, el tono del profesor se hacía más pausado e iba cogiendo un ritmo suave y continuo. Hasta que llegó el tema fatídico: las faltas de ortografía.
Según transcurría la clase, el tono del profesor se hacía más pausado e iba cogiendo un ritmo suave y continuo. Hasta que llegó el tema fatídico: las faltas de ortografía.
- ¡Prohibidas las faltas de ortografía! – exclamó con rotundidad el profesor.
En ese momento un murmullo creciente invadió el aula, y fue in crescendo a medida que se nos iba informando de la cantidad de dinero que se pierde cada vez que hay que retirar millones de panfletos por culpa de los errores ortográficos o lingüísticos.
Pues bien, pensé una vez había llegado a casa, a partir de ahora tendré que tener cuidado, consultar mucho el diccionario y aprender de los profesionales. Y después de esta reflexión empecé a leer el libro Redacción Publicitaria.
No llevaba ni cuarenta páginas y ya no podía más, y no precisamente porque fuera aburrido. Después de semejante charla sobre la importancia de la ortografía, de la corrección, de la segunda corrección, del “tened en cuenta al público objetivo”, e incluso de la tercera corrección, en solo 40 páginas de un libro especializado en redacción encuentro, por lo menos, tres errores lingüísticos y un sin fin de citas en inglés sin traducción.
No llevaba ni cuarenta páginas y ya no podía más, y no precisamente porque fuera aburrido. Después de semejante charla sobre la importancia de la ortografía, de la corrección, de la segunda corrección, del “tened en cuenta al público objetivo”, e incluso de la tercera corrección, en solo 40 páginas de un libro especializado en redacción encuentro, por lo menos, tres errores lingüísticos y un sin fin de citas en inglés sin traducción.
¿Pero no se supone que teníamos que tener en cuenta al público objetivo, y hacer que éstos comprendieran totalmente el mensaje? ¿No es tarea de cualquier redactor corregir tantas veces como sea necesario? Parece ser que en este caso, si el lector no sabe inglés o la cita no ha sido previamente traducida al castellano por otro autor, las personas que leen este libro no tienen derecho a saber qué significan las frases que introducen los diferentes apartados del libro. Por no hablar de las faltas lingüísticas. ¡Estamos hablando de un libro escrito por docentes universitarios, un manual que otros alumnos leerán y tomarán como referencia!
Claro, después de estas dos situaciones tan contradictorias, la clase teórica y el libro, me imagino que más de un compañero se sentirá algo confundido o, por qué no, molesto. Tampoco me sorprende que salgan a la luz campañas con eslóganes como “más bueno que el pan” o anuncios en cuya locución una periodista reconocida dice la siguiente frase refiriéndose a unas galletas: “(...) he probado otras, pero para mí, éstas están más buenas.” . Lo que más gracia me hace de todo esto es que a los estudiantes, el primer día de clase siempre nos lo dejan todo bien claro.
Claro, después de estas dos situaciones tan contradictorias, la clase teórica y el libro, me imagino que más de un compañero se sentirá algo confundido o, por qué no, molesto. Tampoco me sorprende que salgan a la luz campañas con eslóganes como “más bueno que el pan” o anuncios en cuya locución una periodista reconocida dice la siguiente frase refiriéndose a unas galletas: “(...) he probado otras, pero para mí, éstas están más buenas.” . Lo que más gracia me hace de todo esto es que a los estudiantes, el primer día de clase siempre nos lo dejan todo bien claro.
Errores:
- pág. 18 (párrafo final) → “Martín Alonso sintetiza de una forma un precisa esa idea de redactar bien (…).”
- pág. 19 (párrafo 3) → “La misiones del texto publicitario son (…).”
- pág. 24 (párrafo 5) → “(...) y llegó ser el redactor publicitario más bien pagado del sector.”
Jon Werckmeister
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