En cuanto acaba el libro y lo cierra ya lo ha olvidado por completo. De modo que observa un instante la cubierta, con curiosidad, y acto seguido busca la primera página y empieza a leerlo.
De nuevo – Quim Monzó
El año pasado, la empresa Fnac encargó a Quim Monzó que escribiera un microrrelato, como obsequio para todos los clientes el día de Sant Jordi. El relato debía ser lo suficientemente corto para caber en un imán de nevera.
Realmente, ¿se puede reducir una historia al tamaño de un imán? ¿No se pierde información para simplificar una historia hasta este nivel?
La respuesta y la solución están en elegir las palabras clave. El momento exacto de la historia que te permite que se entienda; que con tan sólo unas líneas todo tenga sentido. No puede faltar ninguna palabra, pero tampoco debe sobrar ninguna. Lo justo y necesario.
Quizás es más difícil extenderse a las 500 páginas, escribir una novela. Tienes que pensar en lo que has escrito y en lo que escribirás. Todo debe estar relacionado. Un solo fallo de conexión entre páginas y la novela entera se viene abajo.
Como decían los conceptistas: “Lo bueno, si breve dos veces bueno”. A veces las mejores historias no tienen por qué ser las más extensas. Quim Monzó lo ha demostrado. En dos líneas y media, ha sabido plasmar a la perfección la historia de su madre, quien sufría de una demencia senil. Y es en la brevedad del relato donde reside el drama de la historia, que con las palabras justas transmite la emoción del momento.
Marta Ribas
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