Si hay algo que define la manera de vivir del mundo animal en general y de los seres humanos en particular es la competitividad. Desde que los seres humanos moramos en este planeta hemos pasado toda nuestra existencia compitiendo entre nosotros: en el antiguo Egipto ya se practicaban competiciones de lucha; los romanos, organizaban carreras de cuadrigas y concursos musicales y, todos conocemos las famosas justas de la edad media. Además de la “competencia lúdica”, las personas hemos rivalizado a lo largo de la historia en asuntos de poder, de honor y de amor entre otras muchas. Hoy en día seguimos midiéndonos en cualquier ámbito y, si hay uno en el que esta competencia es más que palpable, ese es el del mundo empresarial y de la publicidad.
Las empresas luchan por ser las mejores, por obtener los mayores beneficios posibles, y por triunfar en el mercado. Para ello una de sus herramientas es la publicidad cuya función es hacer que la marca ocupe un espacio privilegiado en la mente de los consumidores. Pero al contrario que en el amor y en la guerra, en el universo publicitario no todo vale. Entramos, pues, en el antipático mundo de la publicidad comparativa.
La publicidad comparativa se define como toda publicidad que aluda explícita o implícitamente a un competidor o a los bienes y servicios ofrecidos por un competidor. Este tipo de publicidad siempre a suscitado dudas entre los consumidores sobre su legalidad y su valor ético, sobre todo en España, donde estamos muy poco acostumbrados a este tipo de mensajes publicitarios. Sin embargo, en Estados Unidos esta práctica es mucho más habitual y el público lo percibe de otra manera.
Lo que está claro es que es otro modo de estimular la creatividad, ya que se trata de buscar la forma de no transgredir las normas legales y no convertirse en publicidad engañosa o competencia desleal.
Os dejo unos ejemplos de publicidad comparativa en España y en Estados Unidos y os invito a opinar sobre esta práctica publicitaria y sus innumerables lecturas.
Jon Werckmeister

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